Se llama mediumnidad al conjunto de facultades que permiten al ser humano comunicarse con el mundo invisible. El médium sirve de vínculo entre el mundo del más allá y el mundo físico. Es importante definir bien el término médium, pues con demasiada frecuencia los radiestesistas, magnetizadores y telépatas son calificados equivocadamente de médiums.
La mediumnidad es una sensibilidad inherente a ciertas personas, no es un don hereditario ni un poder mágico. La herencia es una falsa noción transmitida esencialmente por los médiums profesionales, los magos y los mentalistas que se califican de médiums y que hacen referencia al ocultismo, el esoterismo y la magia, creando así confusión en el público.
El fenómeno de la mediumnidad exige ciertas explicaciones. Todos los que han estudiado algo de espiritismo saben que el ser humano está provisto de un periespíritu, organismo fluídico invisible, envoltura inseparable del alma y que progresa, se afina y se depura con ella. El cuerpo físico, con sus cinco sentidos, no es sino una grosera representación de él, su prolongación en el plano material. Los sentidos psíquicos, sofocados bajo la carne en la mayoría de los humanos, recuperan durante el sueño y después de la muerte una parte de sus medios de acción y de percepción. Esta envoltura sutil es en realidad nuestra verdadera forma indestructible, anterior al nacimiento, así como superviviente a la muerte. Es la sede permanente de las facultades del espíritu, mientras que el cuerpo material es sólo un traje prestado.
La mediumnidad es pues la facultad que poseen ciertos seres, de exteriorizar estos sentidos profundos del alma que, en la mayoría de nosotros, permanecen inactivos y velados durante la vida terrenal; es el medio de penetrar en el mundo de los espíritus. La mediumnidad tiende pues esencialmente a la naturaleza sensible del individuo, por regla general es resultado de una decisión, de una reflexión, madurada en el más allá antes de la reencarnación, por lo que tiene el carácter de una misión elegida. En efecto, en sesión espírita nos hemos enterado de que, antes de reencarnar, ciertos espíritus habían decidido ser médiums y entonces comenzaron a desarrollar su facultad en el más allá, con la misión de llegar con el pensamiento a los espíritus en turbación. Así, ese trabajo va a permitir al espíritu reencarnado convertido en médium, recibir los pensamientos de los desencarnados y convertirse en su instrumento. Éste será quien se pone al servicio de la manifestación del más allá.
Las percepciones mediúmnicas serán del orden del pensamiento y de lo intuitivo. Por supuesto, existen facultades humanas espontáneas y ordinarias de intercambios telepáticos y de intuición, pero que no significan necesariamente una capacidad mediúmnica, si no todo el mundo sería médium. En el médium, estas facultades están exacerbadas, lo cual le confiere una sensibilidad adecuada para recibir otra realidad, externa a nuestro mundo sensible. Él percibe la otra dimensión, y si ejerce su sensibilidad potencial, de tal modo que se abra progresivamente a las influencias de los espíritus, puede convertirse entonces en su intermediario. Cuando se pone en receptividad, se encuentra en un estado segundo donde ya no es totalmente dueño de sus pensamientos ni de sus acciones o gestos. Es a partir de ese estado que un espíritu puede manifestarse bajo diferentes formas según el médium tenga una sensibilidad para la escritura automática, la clarividencia, la incorporación, el sueño magnético, etc. Pero antes de la manifestación de un espíritu, pueden producirse manifestaciones subconscientes. Ocurre que el médium se sugestiona a sí mismo y produce comunicaciones que atribuye abusivamente a los espíritus desencarnados. Esta autosugestión es como una llamada del yo normal al yo subconsciente que no es un ser distinto, sino una forma más ampliada de la personalidad. En este caso, con toda la buena fe, el médium responde a sus propias preguntas; exterioriza sus pensamientos ocultos, sus propios razonamientos, producidos por una vida psíquica más profunda y más intensa.
Allan Kardec, Gabriel Delanne y Gustave Geley habían puesto el acento en estas frecuentes manifestaciones subconscientes calificadas de animistas, en los médiums y en particular en los médiums principiantes o poco experimentados. Nuestra asociación responde a una estructura basada en el conocimiento y el estudio de las obras de los precursores, y la mediumnidad se ejerce en condiciones favorables, serias, para evitar todo escollo. El médium deberá trabajar su mediumnidad, y es mediante largos y repetidos ejercicios como afinará sus sensaciones, haciendo su ser cada vez más permeable al paso de los espíritus. El médium se comporta entonces como un instrumento que los espíritus deberán aprender a utilizar para que la comunicación sea lo más fácil y clara posible. La duración de este período experimental es variable según las personas, pudiendo ir de uno a tres años, incluso cuatro. No existen criterios o tiempo definido para este desarrollo. Como hemos visto antes, el primer escollo a evitar será la influencia subconsciente. Es por eso que en este difícil campo de la experimentación, es importante examinar y analizar las manifestaciones, estudiarlas objetivamente y eliminar todo lo que pueda proceder del inconsciente o del imaginario del médium.
La fuerza de una estructura espírita es trabajar en una atmósfera serena pero también beneficiarse con informaciones procedentes de los espíritus que se manifiestan a través de médiums experimentados. Y podemos comprobar lo bien fundado de estas revelaciones del más allá para las facultades señaladas y perfectamente dirigidas. Los espíritus guías son más capaces que nosotros de percibir las posibilidades de cada uno, las eventuales sensibilidades mediúmnicas y las decisiones que hemos podido tomar antes de nuestra actual encarnación. La revelación de la facultad que corresponde a la persona solicitada es una garantía de certeza que permite emprender el buen camino. Una estructura permite igualmente rodearse de las precauciones necesarias para el buen desarrollo de una sesión. Así como el aporte fluídico de la asistencia facilitará la manifestación del espíritu, igualmente asegurará una protección indispensable para el médium.
Durante una sesión, el médium no es dueño de la situación, se deja ir y deja lugar a la manifestación del espíritu. Se puede decir que en ese momento, el médium es una puerta abierta al más allá, un mundo que no está poblado sólo de espíritus buenos. Después de la muerte, un espíritu no cambia para volverse bueno súbitamente, mantiene su nivel de evolución. Un espíritu malo sigue siendo malo y quiere seguir haciendo el mal. Respecto a nuestro planeta y su nivel de evolución, es fácil imaginar que el más allá de la tierra no siempre es de los más amistosos. Además, esos espíritus ya sea que son malos o que estén en turbación, están muy cerca de nuestras vibraciones materiales, y por eso tienen más facilidad para manifestarse que los buenos espíritus. Es preciso entonces, que durante las sesiones experimentales el médium aprendiz esté rodeado por personas que tengan un buen conocimiento del espiritismo y que sean capaces de reaccionar correctamente frente a manifestaciones anárquicas de espíritus perversos o en turbación. Ante esta realidad, siempre es sorprendente encontrar pseudo médiums que se dicen protegidos de los malos espíritus y que nunca han conocido las contrariedades de la manifestación de la turbación o el mal.
Diremos que tienen la suerte de no tener facultad mediúmnica y de comunicarse sólo con ellos mismos. Ningún médium puede pretender tener una protección total contra la manifestación del mal. La historia del espiritismo da testimonio de lo difícil de la práctica de esta facultad y ya Allan Kardec hablaba de este tipo de conflictos en su Libro de los Médiums. Concluiremos con las palabras de Léon Denis quien, durante cerca de medio siglo, trabajó con la pluma y la palabra para difundir el espiritismo como verdad, con un estilo literario impregnado de una gran poesía: “La espesa cortina que nos separa del más allá sigue siendo impenetrable para el hombre revestido de su abrigo carnal; pero el espíritu exteriorizado del médium, así como el espíritu libre del difunto, pueden atravesarlo con la misma facilidad con que un rayo de sol atraviesa una telaraña. La mediumnidad es una flor delicada, que para abrirse necesita atentas precauciones y asiduos cuidados. Le hacen falta método, paciencia, altas aspiraciones y nobles sentimientos”.
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